Lo vemos casi a diario en el vivero: gente que descarta un árbol porque no está “derechito”, sin valorar, por ejemplo, la estructura general de la planta, o la vitalidad de su tronco o la belleza de su floración. Buscan una simetría que la naturaleza no tiene; una perfección que no es más que un espejismo. Y con esa mirada estructurada están perdiendo la capacidad de apreciar la belleza de la imperfección. Los japoneses han elaborado toda una filosofía alrededor de lo imperfecto: el Wabi Sabi. El término, en realidad, se originó en el taoismo durante la dinastía Song, en China (960-1279) y luego se trasmitió al budismo zen, en Japón. Y no es más que una manera de observar el mundo. Los principales conceptos que aparecen en el Wabi Sabi son: nada es perfecto, nada es permanente, nada es completo.
Esa concepción muchas veces está presente en la manera de entender los sentimientos más profundos y también en cuestiones más mundanas (objetos antiguos, oxidados o hasta rotos pueden convertirse en elementos destacados en una decoración).
Lamentablemente, con las plantas, en especial con los árboles, son muy pocas las personas que pueden apreciar la belleza única que puede tener un ejemplar presuntamente defectuoso.
Hace muy poco, un amigo del vivero nos pidió asesoramiento para talar un inmenso jacarandá que por efecto de lluvias muy intensas se había inclinado hasta casi apoyar la copa en el suelo. El árbol estaba en el límite de dos casas en un conocido country de Canning y nuestro amigo se veía urgido a solucionar el problema que podía ocasionar al vecino la caída de su árbol. Cuando vimos la situación le aconsejamos cubrir con tierra las raíces, hacer una poda pequeña de la copa para facilitar la recuperación y simplemente dejarlo vivir en esa posición, casi acostado, dado que las ramas no obstaculizaban el paso.Por supuesto, ni nuestro amigo ni el vecino estaban muy de acuerdo con la propuesta pero logramos convencerlos haciéndoles ver que cuando llegara el momento de la floración tendrían ese espectáculo al alcance de la mirada y que la “anormalidad” con la que sobreviviría la planta lejos de ser un problema podría ser un fenómeno único, imposible de imitar. Al año siguiente, nos llamaron para agradecer la propuesta: el árbol se había recuperado perfectamente y les ofrecía generosamente sus flores en primerísimo plano.
En estos casos, el axioma de no hacer leña del árbol caído se cumplió a rajatabla.
Esas situaciones no son poco frecuentes. En nuestro vivero, un palo borracho sufrió la caída de un enorme gajo de eucalipto que lo partió, le provocó una herida importante en un costado y lo arrancó de raíz. En lugar de reemplazarlo, decidimos pararlo de nuevo mediante el uso de un malacate y apuntalarlo con la esperanza de recuperarlo. Actualmente desarrolló dos troncos bien importantes y logramos tener un palo borracho único y muy lindo.
El consejo es obvio: antes de eliminar una planta presuntamente defectuosa, ver si se la puede recuperar e incorporar al paisaje. La idea de que las crisis también son oportunidades perfectamente puede aplicarse a la naturaleza.